Mamá Pata
por Ada Fanelli
Las historias, a veces inventadas y a veces verídicas, son compartidas durante las horas
de intimidad y descanso conformando la tradición oral de las comunidades.
Generación tras generación, las hembras de las distintas especies se
transmiten, unas a otras, sus experiencias de vida.
Una vez, una pata –quien será la protagonista
de esta historia- después d e escuchar del pico de su propia madre el cuento del
Patito Feo, tomó una decisión muy importante: Se iba a transformar en madre de un cisne. Una actitud cuyos
motivos, tal vez, debían buscarse en su propia infancia.
No se
trataba de un ejemplar especiamente bello o dotado, sino más bien mediocre.
Recordaba haber admirado las plumas más coloridas y brillantes de sus hermanas,
o sus picos más fuertes. Incluso, alguna vez, consideró injusto el haber nacido
como un ave de corral y no libre, como un pájaro.
La historia
del Patito Feo es tan popular entre las pequeñas patas como entre las futuras
mujeres. El objetivo, como cualquiera puede comprender, es fomentar el calor
maternal, advirtiendo a todas las hembras la necesidad de prodigarlo por igual
entre sus hijos, ya que la más débil o desagradable de las criaturas puede
transformarse, algún día, en un ser maravilloso. La historia sugirió esta
fascinante posibilidad a nuestra pata.
Los cisnes
no abundaban por aquellos sitios, por lo que nunca había visto ninguno. Sin
embargo, no se desanimó. Tenía un carácter firme. Si el huevo no venía a ella,
ella iría a él.
Y llevó a
cabo su promesa.
Ya disponía
de la cantidad necesaria de huevos para empezar a empollar. Se levantó esa
mañana más temprano que de costumbre. Pensaba, con lógica, que si los cisnes
nadan como los patos, sus huevos se hallarían en las cercanías de ríos y
lagunas. También pensó que si por allí nunca había visto un cisne, iba a viajar
un poco para encontrar el huevo deseado.
Voló muy
alto y muy lejos. Cuando consideró haber recorrido una distancia suficiente,
descendió en la orilla de una laguna. Nunca había estado en aquel lugar. Podían verse muchos animales desconocidos: !Seguramente alguno sería un cisne!. Estaba
convencida de que su instinto maternal la ayudaría para reconocer correctamente a
su hijo adoptivo.
!Y de pronto lo vió! Como en la historia, habìa un único huevo el medio de un charco, que parecía haber rodado lejos de la nidada. . El corazón le dio un vuelco. Como si las escuchara, rememoró las palabras de su propia madre: -”Y entonces, amorosamente, tomó el huevo y lo colocó junto a los otros”. No tenía dudas, era el señalado.
Sujetándolo
fuertemente, emprendió el retorno.
Se cuidó de
tomar varios descansos. Como era ave de corral no estaba acostumbrada al
esfuerzo. Temía agotarse y que las fuerzas la abandonaran en medio del vuelo.
Por lo tanto, ya caía la noche cuando avistó la granja en el horizonte. Durante el
día, la familia había notado su ausencia y temieron por ella, así que
festejaron su retorno.
Sin
comentarios, depositó el huevo entre los otros y se sentó encima a empollar.
Pasaban los
días. Sumida en una dulce semi-inconciencia, soñaba. Debía estar dispuesta.
¡Cuántos esfuerzos la aguardaban! Preparaba palabras, imaginaba estrategias,
ensayaba gestos. ¡Cómo ahuyentaría a cualquiera que osara criticar a su pequeño cisne! ¡Guay de quien tan sólo osara mirarlo de mala manera!
Y pasaron
más días. Por fin, el momento tan ansiado llegó. Se rompieron las cáscaras para
permitir el nacimiento de los bonitos polluelos. La mamá pata les brindó la
atención justa y necesaria. Sus expectativas estaban depositadas en un huevo
que aún no habría y por cuyo cuidado esperaba recibir el máximo reconocimiento. Ella iba a superar a la
protagonista del clásico cuento. Nunca dudaría de su hijo.
Esos pensamientos la consumían cuando se
produjo el evento. La cáscara se rajó de pronto ¡Y allí estaba él!. La
repulsión que sintió al verlo la obligó a reconocer que la historia no
exageraba en nada. Era muy diferente a sus hermanos. Carecía por completo del
suave plumón amarillo que caracteriza a los pequeños patos. Sus ojos saltones estaba
protegidos por una membrana blancuzca, y su piel parecía viscosa. Reprimió el
desagrado y consiguió articular una sonrisa de bienvenida.
-¡Hijito!-
exclamó, intentando acariciar la cabecita que se alzaba hacia ella, pero debió
alejarse rápidamente, a tiempo de evitar la doble hilera de dientes que
adornaba la boca del pequeñuelo.
Pasaron los
días. La tarea se hacía más y más ardua. El resto de los patos no se acercaba
por allí ni de casualidad.
Como a su
cría favorita no parecían venirle bien los alimentos disponibles, Mamá Pata
debía reunir todo tipo de insectos para él. Pero el bicho nunca demostraba
haber saciado su voraz apetito.
Ella
continuaba con sus esfuerzos sin quejarse. Cuando llegara el día en que su hijo
se transformara en un bello cisne todos sus sacrificios se verían recompensados. Ese
día, ante el asombro general, proclamaría a los cuatro vientos:
-"¡Gracias a
mí! ¡Yo soy su madre!" Y entonces, sus fuerzas se renovaban. El trabajo no se le
hacía tan pesado cuando volaba al país de las fantasías.
Y así,
siguieron pasando los días.
Una
madrugada, un terrible alboroto despertó al granjero y a su mujer. El hombre,
temiendo la presencia de algún zorro hambriento, empuñó un viejo rifle y se
dirigió hacia los corrales. Allí, el espectáculo era desolador. En el aire flotaban
los gritos de los animales moribundos entremezclados con las plumas arrancadas.
Sonó un disparo y una bala certera penetró entre los dos pequeños ojos que parecían
llorar.
El hombre y
la mujer debatieron todo el día, mientras juntaban lo que quedó de las aves en
el corral. Estaban asombrados. No
conseguían explicarse cómo pudo llegar ese cocodrilo hasta la granja.
Después, se
les ocurrió resarcirse en parte de las pérdidas sufridas vendiendo la piel del
reptil. En verdad, era hermosa.

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