El Cuentacuentos: La Verdadera Historia Cómo se Creó el Mundo
Contar cuentos es muy fácil. Sólo se debe empezar con estas tres palabras seguidas: “Había una vez..” Y a continuación, el resto.
Excepcionalmente –es decir, sólo por esta vez- no es tan sencillo, ya que el comienzo de este cuento coincide, justamente, con el principio del mundo. Y esa no es una vez de tantas, así que, sólo por hoy, comenzaremos diciendo:
Como todo estaba tan bien, hubo festejos durante varios días. Al finalizar, reunió a hombres y mujeres para entregarles un obsequio. Se trataba de un pequeño cofre semejante a un arca pero sin llave, donde estaba depositada la misión de cada uno de los nacidos en este mundo. A continuación, se marchó a lejanos sitios del Universo, donde otros mundos también esperaban ser creados.
Cuando de dirigió al sitio donde llevaría la vida esa semana (Dios tiene
el trabajo organizado semanalmente) pensamientos de esperanza rondaban su
cabeza alegrándole el corazón. Había
conseguido plasmar una de sus ideas más brillantes: El ser humano
Esta
idea, como tantas, surgió de la necesidad.
Dios
llevaba muchos milenios -ni él recuerda cuántos- creando sin cesar. Ni los
Domingos dejaba de crear, y esto, ya se sabe, va contra la ley de Dios. Pero su corazón, enorme y bondadoso, volvía
una y otra vez a conmoverse con la súplica de alguna criatura. ¡Cuántas veces
cerraba sus ojos dispuesto a descansar y desde lo más profundo de la conciencia
divina surgía una vocecita que, débil e imperiosa, reclamaba: ¡Créame! ¡Oh
Dios! ¡Dame la vida!
Constantemente,
sin cesar, porque ya se sabe que la creación no tiene límites.
Estaba agotado. No guardaba un solo día para
su esparcimiento y solaz.
De pronto, tuvo la idea salvadora: ¿Por qué,
si soy Dios, Único Ser Todopoderoso Creador de Todas las Cosas Que Quieren Ser
Creadas, no creo otros Seres Creadores a mi imagen y semejanza? ¡Ya no estaría
solo en mi labor! ¡Seríamos muchos dispuestos a satisfacer la Ley de la Vida!
Deslumbrado por la genialidad de su propia ocurrencia, tomó un hermoso
trozo de Nada (que es la materia prima que El usa para hacerlo Todo) y durante
siete días trabajó en construir nuestro hospedaje. Después, nos hizo a
nosotros. Después descansó, y después se retiró a continuar con su tarea.
Feliz, sabiendo que, por fin, tendría ayuda. Estos pensamientos lo llenaban de
gozo.
Transcurrido un tiempo, quiso tener noticias de sus criaturas, y como Dios siempre obtiene lo que quiere, la fortuna acercó hasta El a un viajero, oriundo de aquellos parajes. Le informó que todos le recordaban con mucho cariño. Habían levantado grandes obras en su homenaje. Construyeron altares para depositar las arcas que les entregara y las adoraban como testimonio de la alianza de Dios con el hombre.
Dios comenzó a sentirse un tanto inquieto. Cambió varias veces de posición, sin hallar un lugar cómodo en la nube donde estaba sentado. Si bien, por un lado, las muestras de recordación y alabanza le agradaban como a cualquiera, sin embargo su intuición divina le decía que algo no era como debía ser. Como El siempre hace caso a su intuición, empezó a investigar:
-¿Y que están creando? Porque si entendí bien, no han abierto las arcas.
A lo que contestó el viajero: -¡Por supuesto! ¡Jamás osaríamos violar los secretos contenidos en una reliquia sagrada! Además, estamos muy atareados , cuidando y ordenando lo que Tú has creado. Cuando alguno de nosotros se ve obligado a cambiar algo, lo hace implorando Tu perdón y en Tu Sagrado Nombre. Todo lo hacemos con esfuerzo, soportando el dolor, y en Tu ofrenda. ¡Entregamos nuestra vida por tu causa!
Dios, a estas alturas, estaba realmente alarmado, pero siguió escuchando
-Nos dedicamos a estudiar lo que nos has dado. Lo tenemos todo completamente clasificado: ¡Trabajamos en ello sin descanso!. Verás: hemos creado grandes libros debidamente pautados, donde inscribimos los nombres de las cosas buenas y de las cosas malas de la creación en diferentes columnas. Lo mismo hemos hecho con las grandes y las pequeñas, las convenientes y las inconvenientes, las anchas y las delgadas, las permitidas y las prohibidas (Dios no entendió esta palabra) las cosas blancas y las negras, y las hemos contado y sabemos cuáles constituyen pecado y merecen penitencia y cuales obtienen tu aprobación. Todo está debidamente archivado y clasificado, en grandes templos que hemos construido en tu honor. Tenemos templos para el saber, para la oración, para...
En
este punto, Dios lo interrumpió. El relato, por un lado, y un nuevo tipo de
mariposa que le hacia cosquillas en la nariz, deseando ser creada, por el otro,
lo ponían bastante nervioso. Así que no pudiendo disimular más, estalló:
-Pero ¿y el arca? ¿que han hecho? ¿no han
abierto el arca?
-¡Ah Señor! -se apresuró a contestar el
viajero:- No te preocupes, está bien guardada y protegida en altares donde es
reverenciada y jamás será violentada.
-¡Violentada! ¡Violentada! ¡Que violentada ni
que ocho cuartos, si no tiene cerradura!
La
ira divina se desplegó en toda su magnificencia, estimulada por el absurdo
relato de la estupidez humana, única razón (o sinrazón) que puede,
verdaderamente, ponerlo furioso..
Y la
cólera de Dios no es ninguna pavada. De su boca salían espantosos truenos, y de
sus ojos, rayos. Todo quedó sumido en Nada en varios años luz a la redonda. A
continuación sus lágrimas bienhechoras lo recrearon de nuevo en un periquete.
El viajero aprovechó el momento para
partir rápidamente de vuelta a su mundo, el mundo de los hombres.
A su
llegada, lo acosaron con preguntas. Todos querían hablar con quien había
contemplado el Rostro Divino. Lo llamaron El Maestro, y sus palabras se
difundieron hasta los últimos rincones del planeta.
El
viajero narró, como buenamente pudo, y el susto se lo permitía,los
acontecimientos vividos.
Contó
que Dios se sentía especialmente interesado en el destino del arca y que, al
enterarse de lo bien guardada y protegida que estaba, había montado en
espantosa y divina cólera.
Los
hombres, deseosos de servir a Dios, convocaron a los especialistas en
Conocimiento Divino, una de las más importantes creaciones humanas. Estos
sabios interpretan las palabras de Dios, para que todos podamos entenderlas y
cumplir con Su Voluntad.
Después de largas deliberaciones y concienzudos análisis, llegaron a la
siguiente conclusión:
El cofre constituía una prueba. Dios los puso a examen, y la codicia les tendió una trampa. El arca era un símbolo para probar el egoísmo de cada uno. Bajos instintos que se manifestaron al tenerla guardada con tanto celo. Debía contener los más espantosos secretos del Universo. Al poseerla, los hombres retuvieron para sí algo de El, cometiendo una ignominia sacrílega. ¡Ya se sabe que Dios es Dios, y los demás, simples mortales!
Estas noticias produjeron gran temor. Debían reparar el error. Implorar Su perdón. Arrancar el mal de cuajo, de una vez y para siempre. Impedir que alguien cayera en la tentación. Imposibilitar definitivamente el acceso a las arcas.
Los
seres humanos somos muy creativos. Ese es nuestro destino. No es asombroso que
fuera concebido un sistema que, aún hoy, resulta maravilloso.
Los
cofres fueron sepultados en el lugar más oculto y recóndito. Un guardián muy
poderoso impediría el acceso.
De la imaginación de aquellos hombres surgió un ser terrorífico. Su cuerpo es rojo como la sangre. Su morfología combina la de varios animales: Garras de bestia salvaje rematan sus manos velludas. Cabeza de carnero, cuernos de toro, patas de lobo y pezuñas de cabra. Ojos brillantes como brazas incandescentes. La columna vertebral remata en una larga cola en forma de flecha para señalar siempre la dirección equivocada. Siembra el espanto de manera impecable. Realiza su trabajo eficientemente. El no tiene duda acerca de su misión.
Desde
entonces, pasaron muchos años. Lustros, decenios, siglos, milenios tal vez.
Tantos, tantos, que casi no alcanzan los almanaques para contarlos.
Ahora,
pocos recuerdan la historia. Y aún son menos los que creen en la existencia
de la feroz criatura creada por nuestros antepasados.
Así, llegamos hasta un día cualquiera de nuestros días y encontramos a un hombre cualquiera que vagabundea y medita sobre las coincidencias entre el camino que recorre y su propio destino. Detrás, nada que justifique el regreso. Delante, nada atractivo en lo que sus ojos alcanzan a ver.
Este hombre es, por fin, el protagonista de nuestra historia, aunque todavía no lo sabe.
Un olorcillo a azufre lo apartará de sus
cavilaciones. Raro. Ninguna fábrica alrededor, ni otra fuente contaminante para
explicarlo. Sigue andando, siempre atado a la mitad de atrás de su vida, tan
insulsa como prometía serlo la de adelante. El olor persiste y es tan potente
como para obligarlo a detener la marcha incitado por la curiosidad. Tenía la
esperanza, debido a un suave cosquilleo recorriendo su columna vertebral, de
hallar algo diferente. Entonces giró y pudo verlo. Ante él, rodeado de una
espesa nube color azafrán, estaba un ser, mitad bestia y mitad hombre. Se
miraron. Nuestro héroe evaluó la conveniencia de huir pero desechó la idea.
Algo en la mirada del extraño lo detuvo. Percibía un destello azul de tristeza en esos ojos. Se acercó con prudencia y preguntó:
-¿Qué te ocurre? ¿Puedo ayudarte?
-¡Qué insolencia! ¿No me temes? ¡Soy
terrible! ¡Te destruiré!
El hombre supuso, con acierto, que si el
monstruo hubiera querido hacerle daño ya lo hubiera hecho sin darle
opción. Estos pensamientos no ahuyentaron totalmente su miedo, pero
encontró valor en la idea de que por fin ocurriera algo diferente en su vida.
Así que se mantuvo firme y contestó:
- Si, veo que eres temible y estoy a punto
de huir, pero me pareces triste, y como yo tampoco estoy muy alegre hoy, me
pareció que si pudiera ayudarte en algo, lo haría. Si quieres, claro.
El estupor de demonio -porque de él se
trataba- fue tal, que se le desenchufaron todos los rayos de terror eléctrico,
y menguaron las llamas ardientes que bailaban a su alrededor. Sin las luces y
el humo ocultándolo, quedó hecho un pobre diablo de pelambre rala y un poco
chamuscada.
- Está bien, admitió. Es cierto, me siento
triste. Estoy aburrido. La gente no me hace caso. No le importo a nadie.
En otros tiempos los valientes me tentaban, y yo
tentaba a los débiles. La vida tenía sentido. Débiles y fuertes, me maldecían.
Ahora nadie se molesta por mí. Cuando sugiero algo, cualquiera va y lo hace tan
tranquilo. Si siente algún remordimiento, no se confiesa con un sacerdote que
me maldice y conjura, sino con un sicólogo que me ignora. Si mi víctima no se
siente culpable, sigue haciendo lo prohibido ignorando las reglas.
¡Y así el juego pierde la gracia! Si quieres ayudarme, dime que pasa con tu
mundo.
Como el hombre no evitó el tema, lo invitó a
sentarse bajo la sombra de un árbol, diciendo:
- Este es un sitio más fresco. Como
comprenderás, siempre estoy muerto de calor.
El hombre jugueteaba con las hierbas mientras
hablaba:
- No sé. Nadie sabe. Créeme si te digo que
somos muy desgraciados. Soy joven todavía, pero no encontrarás alegría en mí.
Tengo pensamientos dignos de un viejo. A nosotros ya todo nos da igual. En mi
mundo el bien más escaso es la esperanza.
Al verte, recordé algo que contaba mi abuela,
acerca de tesoros ocultos desde el principio de los tiempos. También
decía que el mismo diablo los guarda en el infierno. En fin, tu aspecto
rememoró en mí aquellos cuentos.
Pero nadie cree en esa historia y muy pocos
la recuerdan.
¿Cómo
quieres que alguien te desafíe? Ya nadie cree en riquezas perdidas.
No nos parece lógica la existencia de un
Dios. Si fuera así, sería un ser terriblemente dañino. Creó este mundo lleno de
dolor y espanto, maldad e injusticia. No creemos en él, y sin él, tú: ¿para que
sirves?
- Pero es verdad.- Contestó el diablo con la
vista perdida en el horizonte.
-¡¿Cómo?! Preguntó el hombre sorprendido.
- Digo que la historia es cierta - continuó
el diablo- Las cajas de los tesoros existen, y están cuidadosamente archivadas en el tercer
subsuelo del infierno. En el mismo sitio donde las pusieron tus antepasados
bajo mi custodia. A salvo de todo y de todos, hasta que el mismo Dios quiera
recuperarlas. Una con el nombre de cada hombre grabado en su tapa, de cristal
dorado, refulgiendo como pequeños soles.
- Y tú: ¿las abriste?
- Si.
-¿Y qué hay?
- La misión. Cada una guarda la misión de su
dueño, y la fuerza necesaria para realizarla. Son la fuente de todo el poder y
la felicidad. Los humanos son desgraciados porque las rechazan. Ese es el secreto.
-¡Quiero ver la que me corresponde! -Decidió
el hombre sin dudar.
-¡No tientes al Diablo!. Contestó el diablo.
-¡Eres tú el que me tienta a mi! Y me gusta
ser tentado. Esto puede ser, por fin, algo con sentido. Debes llevarme. Tu
misión como diablo es apoderarte de las almas de aquellos que no te oponen
resistencia. Yo no lo hago, por lo tanto debes llevarme
-¡No le hables de deberes a Lucifer! Yo
hago solamente lo que me gusta, porque sólo lo que me gusta es pecado. Pero
estás de suerte. ¿Por qué no? ¡Hace tanto que nadie me entrega su alma! Casi
llegué a pensar que no la tienen. Pero
si aceptas el desafío…
¡Está bien, está bien, está bien!
¡Descendamos a los infiernos!
Hizo una pausa para ponerse en marcha,
seguido por el hombre. Después dijo:
- Me ofreciste ayuda y voy a pagarte el
favor. Te enseñaré qué hacer para atravesar la mansión infernal. A mí me
agradan las profundidades de mi hogar, pero los mortales se espantan en sus
sombras. Debes mantener presente en tu corazón el objetivo que te guía y no
correrás ningún peligro. Los monstruos se desvanecerán a tu paso.
Y así,
empezaron el descenso. El hombre se mantuvo fiel a las indicaciones de su guía
mientras el diablo se sumía en recuerdos
de épocas mejores: Orfeo, Dante, Fausto, el mismo y tan famoso Jesucristo,
entre otros, recorrieron aquellos caminos del infierno, y él fue su guía.
Lucifer, creador y señor de los avernos, es también un buen conocedor
del temperamento humano. Por eso, en la mansión infernal, todo se encuentra en
perpetua mutación. Cuando nuestro hombre cambiaba su mirada de lugar todo
desaparecía inmediatamente para resurgir bajo un aspecto nuevo. Y sin embargo,
al mismo tiempo, con cambios imposibles de percibir. Lo estable y duradero varía en el breve instante
de un parpadeo. Por eso fue acertado el consejo: Mantener encendidos los ojos
del alma es la única forma de atravesar el infierno.
Al
fin, accedieron a un espacio más amplio, a mayor profundidad. Allí, en aparente
aislamiento, reinaba una atmósfera ideal. El recinto estaba bañado por una luz
tenue pero brillante. Desde el centro, hacia los cuatro puntos cardinales,
perdiéndose hacia el infinito, se alineaban, uno sobre otro, uno junto a otro,
sin tocarse, cantidad incalculable de cofres cristalinos y brillantes como la
luz después de la tormenta, e innumerables como las gotas de agua en el mar.
Uno para cada ser hombre, sea cual fuere su estado: sueño o vigilia, vida o muerte.
El
rostro del diablo se transformó completamente. Desapareció la expresión
burlona. Las chispas azules de sus ojos se reavivaron, otorgándole un aire
majestuoso. Obviamente, no asistía por
primera vez a la ceremonia, pero mantenía una actitud de reverencia y respeto.
Ahora, las llamas a su alrededor ya no producían espanto. Más bien parecían
irradiar la fuerza misma de la vida.
Se
dirigió hacia la pirámide que formaban las arcas. Con un gesto seguro, escogió
una. El visitante estaba sobrecogido por el espectáculo. Tomó el objeto y aún
sin convencerse del todo, advirtió:
- No tiene nombre.
-No importa - desestimó el diablo - es la
tuya. Ábrela. Allí está tu misión y la fuerza
necesaria para llevarla a cabo.
-¿Y si no me gusta?
El diablo se divertía. Despejó las dudas
pacientemente, con la hermosa sonrisa que alguna vez fue de ángel. Por la mente
del hombre pasó un retazo de otra vieja historia. La desechó sin prestarle atención. La razón por el cual
había descendido hasta las profundidades del infierno estaba ante él.
La tapa se abrió antes de tocarla. Una música
nueva subía de su pecho a su garganta, para diluirse en una sinfonía de
lágrimas. No había ninguna duda: Ese era el sentido. A la derecha veía surgir
los años futuros, transitados por miles de él mismo en sucesión armoniosa,
dando sentido al vacío de los años pasados. Todo culminaba en ese instante y
cobraba significado.
- El viejo cuento.... –alcanzó a pensar
todavía, antes de sumirse en una eternidad de no pensar en nada y disfrutarlo
todo. De allí lo arrancó la voz de su amigo:
- Llévala, es tuya.
- ¿Mía? –Dijo, subrayando lo que ya sabía.
- Siempre fuiste su dueño.- Replicó el diablo
con paternal simpatía.
- Eres agradable –dijo el hombre. Y agregó,
como para sí mismo-. ¿Por qué te teme la gente?
- Todos temen a la verdad, lo sabes, porque
también temiste. Además: ¿insistes en el vicio de las preguntas? Ya sabes lo
que necesitas.
- Cierto –admitió- lo sé porque soy el Cuenta
Cuentos. Sé lo que vale la pena escuchar y
lo que vale la pena contar. Acepto satisfecho mi misión. Me gusta.
- ¿Por qué no te gustaría? Eres perfecto para
ella, y ella es perfecta para ti. Cada uno cumple su misión correctamente. Ser
feliz es la mejor manera de cumplirla. Es la ley.
- Tu misión también es hermosa.
Dijo el hombre al diablo, que bajó los ojos
como un chico sorprendido en medio de una travesura. Para salir de la embarazosa
la situación, dijo:
-¡Está bien, está bien, está bien! ¡Vete! La
experiencia ha concluido. Aprovecha esa ráfaga y vete, que alguien abrió una
puerta. ¿Encontrarás la salida?
-Si, claro, ya no tengo miedo.
Y se alejó por el camino que indicaba la
corriente de aire, apretando fuertemente el cofre contra su pecho. Miró hacia
atrás para despedirse:
- ¡Adiós amigo! ¡Y gracias!.
Sonreía.
El diablo, por su parte, se decía a sí mismo:
-
¡Cuentacuentos!...Linda
misión. A mí también me hubiera gustado.
Y le hizo gracia la envidia que sorprendió en
sí mismo:
-¿Qué me pasa?¿ Hacerme el pobre diablo me
sale tan bien que hasta me lo creo yo mismo? ¿Acaso olvido que soy El Gran
Creador De Todas Las Cosas Que Quieren Ser Creadas?
Y este de crear un Cuentacuentos ha sido un
trabajo muy lindo. Aunque hoy sea Domingo.

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